viernes, 18 de marzo de 2016

Xanadú, ¡contigo empezó todo!

Le debemos el neologismo “hipertexto” a Ted Nelson, quien con su proyecto Xanadú quiso crear para toda la comunidad científica una red de conocimiento intercambiable[1]. El prefijo “hiper” hace alusión a esa trascendencia del texto, a esa liberación del texto con respecto al libro o documento impreso. Porque el hipertexto, ese complejo entramado de ideas y conocimientos de todo tipo, no cede al chantaje de la simplificación cognoscitiva. Hemos sustituido un conocimiento coleccionable que sólo contempla el dualismo pregunta-repuesta por otro tipo de mentalidad menos obvia en comparación. Porque el hipertexto “saca a relucir una nueva calidad del tiempo, que es la profundidad”,[2] en el sentido de que la experiencia digital del usuario es completamente libre, pues éste puede dirigir y redirigir su atención a donde se le antoje. La profundidad de la que hablan Kerckhove y otros autores como Paul Virilio, crea nuevas direcciones legítimas para la consecución del conocimiento y, por ende, facilita el planteamiento de nuevas preguntas. Y es que como apunta Kerckhove, la cultura de la pantalla alberga todo lo que el ser humano considera puede serle útil, es el reflejo tecnológico de las intrincaciones de la mente humana y su relación con el conocimiento[3]. El hipertexto sólo ha nacido y ha sido desarrollado como una alternativa plausible, como una respuesta, a las limitaciones de la razón humana tradicional.





[1]- CAMPÀS, J.  ‘Art, literatura i ordinador’, pág. 35. Escriptures hipertextuals. Material docente UOC 
[2]- KERCKHOVE, D. (1999) Inteligencias en conexión. Hacia una sociedad de la Web. Gedisa, Barcelona, pág. 115
[3]- KERCKHOVE, D. (1999) Inteligencias en conexión. Hacia una sociedad de la Web. Gedisa, Barcelona, pág. 122

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