Le
debemos el neologismo “hipertexto” a Ted Nelson, quien con su proyecto Xanadú
quiso crear para toda la comunidad científica una red de conocimiento
intercambiable[1]. El
prefijo “hiper” hace alusión a esa trascendencia del texto, a esa liberación
del texto con respecto al libro o documento impreso. Porque el hipertexto, ese
complejo entramado de ideas y conocimientos de todo tipo, no cede al chantaje
de la simplificación cognoscitiva. Hemos sustituido un conocimiento
coleccionable que sólo contempla el dualismo pregunta-repuesta por otro tipo de
mentalidad menos obvia en comparación. Porque el hipertexto “saca a relucir una nueva calidad del
tiempo, que es la profundidad”,[2] en el sentido de que la experiencia digital
del usuario es completamente libre, pues éste puede dirigir y redirigir su
atención a donde se le antoje. La profundidad de la que hablan Kerckhove y
otros autores como Paul Virilio, crea nuevas direcciones legítimas para la
consecución del conocimiento y, por ende, facilita el planteamiento de nuevas
preguntas. Y es que como apunta Kerckhove, la cultura de la pantalla alberga
todo lo que el ser humano considera puede serle útil, es el reflejo tecnológico
de las intrincaciones de la mente humana y su relación con el conocimiento[3].
El hipertexto sólo ha nacido y ha sido desarrollado como una alternativa
plausible, como una respuesta, a las limitaciones de la razón humana
tradicional.
[1]- CAMPÀS, J.
‘Art, literatura i ordinador’, pág. 35. Escriptures hipertextuals.
Material docente UOC
[2]- KERCKHOVE, D. (1999) Inteligencias en conexión. Hacia una sociedad de la Web. Gedisa,
Barcelona, pág. 115
[3]-
KERCKHOVE, D.
(1999) Inteligencias en conexión. Hacia
una sociedad de la Web. Gedisa, Barcelona, pág. 122
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