viernes, 11 de marzo de 2016

El olorcito a nuevo como argumento tecnofóbico

Verdaderamente no somos conscientes de lo que supone esa mastodóntica invención conocida como “la red”. Ya no se trata simplemente de una comodidad más de ésta nuestra sociedad tecnológica, sino que va camino de ser una extensión de nosotros mismos. Y es que las posibilidades que ofrece el mundo digital son infinitas, por lo que es inevitable preguntarse cuál es el impacto del mundo digital en nuestro día a día. Impepinable parece que cuantas más facilidades y comodidades tenemos, más nos entregamos incondicionalmente a los placeres de la inmediatez. Lo queremos todo facilito y al instante; tanto es así que para sobrevivir hoy día basta con tener ordenador, teléfono móvil y yogures con bífidus.

Es la nueva cultura digital, la hemos construido y somos parte indispensable de ella. Cambiamos el mundo tanto como el nuevo mundo nos cambia a nosotros. Y nosotros sin enterarnos siquiera. El simple hecho de que estés leyendo las divagaciones de este humilde bloguero ya es un claro ejemplo de la trascendencia del mundo digital y, de forma irreductible, del hipertexto. La palabra escrita ha trascendido, ha vulnerado las leyes del tiempo y el espacio con la irrupción de las nuevas redes de comunicación y sistemas multimedia. No es de extrañar, pues, que para bien o para mal la literatura esté sumida en una severa crisis de identidad. ¿Quién no conoce a alguien que dice aquello de “para qué cargar con el tocho si lo puedo tener en la tablet”? Y lo mismo a la inversa, siempre habrá quien (¡presente!) reivindique el inefable olorcito a libro nuevo. Debemos hacernos a la idea de que hemos sembrado la semilla del debate; el germen de una nueva mentalidad.

El ser humano tiene la extraña manía de entender el progreso como un cambio que por defecto debe ser excluyente con el pasado. Así que, y aquí me meto en las arenas movedizas de la futurología, veo inevitable la obsolescencia del formato papel y todas sus bondades. ¿Qué bondades? Leer un libro impreso es mucho más que mover los ojos de lado a lado: es buscar un momento y lugar donde puedas zambullirte en las palabras, sostener en tus manos algo valioso. La lectura tradicional es una liturgia en sí misma y, como dice Joan Campàs en el primer módulo de los materiales de la asignatura, lo liviano del texto electrónico puede ser insoportable. Pero ese es un sentimiento de insatisfacción que va más allá de la entidad corpórea del libro, me atrevo a añadir que es un sentimiento de culpa hacia la semiconsciente simplificación de los términos de la existencia humana. Y esta simplificación paradójicamente es, ni más ni menos, el progreso. 


Berto.

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